viernes, 17 de noviembre de 2017

Versace: primavera-verano / 2018

    
Ph: Alessandro Garofalo.



El pasado 22 de septiembre, en la ciudad de Milán, se presentó la nueva colección primavera-verano 2018 de Versace. Esta vez la marca decidió rendirle un tributo a su creador, Gianni Versace, al conmemorarse el vigésimo aniversario de su trágico asesinato en la puerta de su hogar, la Casa Casuarina, en Miami. Tras el asesinato del diseñador, Donatella, su hermana, asumió la dirección creativa de la marca y eligió, este año, el museo Triennale de Milán como escenario para la presentación de esta colección-homenaje.  
Con piezas clásicas como los vestidos y catsuits con estampados de la revista Vogue, la actual directora de la casa italiana volvió al luminoso pasado de Versace para tomar prendas clásicas de sus archivos y con ellas homenajear a su hermano con lo mejor de sus creaciones. En pasarela, pudieron observarse las reinterpretaciones que Donatella realizó de las blusas, las chaquetas cuadradas, las mini faldas y las camisetas, mostrando cómo la visión del diseñador se adapta a la sofisticada dinámica del siglo XXI.
Las botas negras de taco aguja bordadas con dorado, los vestidos y bolsos con los retratos de Marilyn Monroe y James Dean realizados por Andy Warhol, evocaron al artista que supo quebrar los estándares de la moda femenina y transformarse en un hito dentro de la industria de la moda.

Pasado & presente  
Ph: Alessandro Garofalo.

En el marco de la Milan Fashion Week, la propuesta recreó la atmósfera de los años esplendorosos de la firma. La sobriedad del museo, el trasfondo blanco del escenario y una pasarela despojada de ornamentos, resaltaron aún más las prendas que componen esta colección. Así, piezas icónicas como los pañuelos o los cinturones de estrellas enjoyados se lucieron sobre vestidos de estampados brillantes y barrocos.
Al compás de la banda sonora, las modelos de las nuevas generaciones como Kendall Jenner y Gigi Hadid atravesaron la pasarela con botas altas y vestidos negros, contrastando con los trajes de negocios de colores intensamente saturados que se combinaron con leggins elásticos, proponiendo una alternativa más moderna.
Sobre un fondo musical sobrio, la voz de Donatella evocaba a su hermano: las palabras sobrevolaron toda la escena. Casi como si fuera una oración o un rezo, su voz rememoró al hermano fallecido, celebrando su creatividad y los modos de transgresión que supo edificar.  
Finalmente, detrás de un telón, Naomi Campbell, Cindy Crawford, Helena Christensen, Carla Bruni y Claudia Schiffer hicieron su aparición vestidas con lamé dorado. Tomadas de la mano y con la cabeza en alto, las exmodelos esperaron a Donatella para caminar juntas por la pasarela mientras sonaba “Freedom” de George Michael, es decir, la misma canción que ambientó la presentación de la colección otoño-invierno de Versace en 1991.   
La presentación de esta colección quedará en los salones de la memoria porque mostró la vigencia del espíritu vital de Gianni Versace, el artista que supo ser el máximo exponente del mundo de la moda.


sábado, 11 de noviembre de 2017

El cielo de la Puna.



        Leo este verso en un poema de Juana Bignozzi: “mientras mis colegas escriben los grandes versos de la poesía argentina/ yo hiervo chauchas ballina”.
Hace unas semanas atrás, participé en unas jornadas de literatura que se hicieron en Abra Pampa. En la terminal de Jujuy, esa madrugada equivoco el destino y saco un pasaje para La Quiaca. El amanecer detrás de los cerros, la soledad del lugar y el cielo abierto, de algún modo, me disponen a la frontera. En la Puna, conmueve el paisaje que se despoja cada vez más y más. Una nueva herida se abre y anoto: “Llorar en la Puna es como limpiarse el alma. Por dentro, experimento una forma extraña para decir el despojo. Aquí, el paisaje inunda la habitación de la escritura; alejado de los ruidos y de las grandes voces, escucho con más claridad los poemas que llevo en el cuerpo.”  
Aunque debía bajarme en Abra Pampa, decido seguir hasta La Quiaca, tal vez, para poder caminar esa tarde por las calles de Bolivia. En el ómnibus, suenan canciones de Los Kjarkas: “Como mueven las caderas/ al ritmo negro/ se siente fuego en el sangre/ fuego en los morenos”. Las puertas de la imaginación se abren, pienso en el libro en el que estoy trabajando y apunto algunas notas bajo el título de Bolivia.
Antes de partir de la terminal de Abra Pampa, una mujer sube con su niño en brazos. El niño llora. Viajamos a la par. Tomo algunas hojitas de colores de mi agenda y se las regalo para que juegue. Me mira, estira sus pequeños dedos y toma las hojas que son para él. Pregunto su nombre, su mamá me dice que se llama Roberto y que tiene un añito. Está aprendiendo a caminar, agrega. La madre de Roberto inventa un juego con esos papeles cuadriculados: se esconde detrás de ellos y cuando él la descubre, sonríe y la abraza. Luego la madre hace unos abanicos con esas pequeñas hojas y me cuenta que regresan de Abra Pampa porque fueron a visitar al papá de Roberto que trabaja cuidando las ovejas de un campo.
Mientras el cielo se queda cada vez con menos nubes, escucho cómo Roberto ríe con su madre. Hoy lo descubrí en una foto y lo recordé mirándome. Quizás ahora estará jugando con su padre o aprendiendo a dar sus primeros pasitos de la mano de su mamá. Esbozo en mi cuaderno algunas ideas acerca de los límites: cuando uno deja de mirar su propio reflejo, encuentra todo el cielo en los ojos de un niño que mira con naturalidad la frontera. 


© Juan Páez. El viento (Abra Pampa, 2017)