jueves, 28 de mayo de 2015

Qué desolación.

                                                                                                    "La sangre no es agua"
                                                                                                     Proverbio croata


La Alicia la trae a la Maruja, la Maruja la trae a la Irene, después la mamá me dice: "Acompañala". Sayate es toda una historia. Sayate… llego con las cosas y no fui sola, fui con otra amiga, con Marta, ella también quería trabajar y me acompaña. Primero llegamos a Abra Pampa y teníamos que buscar cómo llegar a la escuela que nos habían designado. Llegamos en un camión, un tierral. Llegamos a la escuela y vemos que, vemos que era una choza. Resulta que entramos a la escuela semejante agujero en el techo y le digo a la persona que nos abrió la escuela “si llueve, nosotras estamos mirando el cielo desde aquí” le digo y entonces me dicen justo unos padres que se habían acercado, me dicen “bueno señorita si usted no se anima a vivir acá entonces tenemos la otra escuela que está en construcción. No sé, serían casi diez kilómetros para atrás”. Estaba sola la escuela. El edificio estaba solo, no había ni una casa alrededor, la más cerca estaba a tres kilómetros. Era una pieza chica y una sala larga, pero no tenía ni ventana de vidrio, o sea, le faltaban los vidrios, techo de chapa, piso de cemento y todo el material ahí adentro y bueno, nos teníamos que hacer cargo del lugar. Y estábamos las dos, un tierral y un pedregal y los pozos donde podíamos tomar agua estaban llenos de sapos y ratones. Así que entonces la Irene, que tenía el auto, nos llevaba los bidones y nos tenía que durar toda la semana.
        Me acuerdo que los primeros días no había dónde comprar pan. Y venimos y justo nos quedamos sin pan, entonces, como no conocíamos nada le digo mirá Marta vamos a tener que hacer pan. Le digo yo hago la tortilla si vos te animas, bueno dice ella, y resulta que como no conocíamos nada, tratábamos de cortar la tola. Cortar la tola, ¡Cortar la tola! No podíamos arrancar ni un pedacito de tola para nada, también semejante planta verde, es que es imposible cortar la tola cuando es verde. Así que bueno, a buscar ramitas. Encuentro un poco. Digo con esto ya va a hacer un poco de braza. No terminábamos de poner nosotras, encendíamos el fuego, no terminábamos de poner que ya se apagaban; la tortilla, negra. No se había cocinado nada. Negra y adentro toda cruda. Y nos matábamos de risa. Mirá Marta, le digo, me parece que no vamos a comer ni la tortilla. Después la Irene me dio un pequeño calentorcito que funcionaba con alcohol. Te imaginas: poníamos a las dos de la tarde el jarro con agua y hervía a las cinco. Y bueno… tomábamos el té así.
      Una radio nos acompañaba. La pieza donde dormíamos nosotras era dormitorio, comedor y todo. Frente a la pieza estaba el mástil. Y para mejor esas tormentas con descargas eléctricas. Muertas de miedo las dos porque el mástil terminaba en punta y yo me acuerdo que siempre caían los rayos. La mamá decía “hay que cubrir todos los espejo”, acostumbrada de la casa, cubría espejo y espejito. Encima tenía una campana pegada ahí en la puerta; en la parte de afuera de la pieza, una semejante campana de acero que había donado la Mina “El Aguilar”. Digo mirá Marta, con esta descarga, cualquier día va caer un rayo, bajemos la campana, así que hemos bajado la campana. ¿Y qué? Teníamos terror, como estaba rodeada de cerro, los rayos cada dos por tres caían porque decían que esos cerros tenían mineral. El fin de semana no había en qué volver al pueblo, estábamos desesperadas porque nos quedamos sin pan, sin agua, sin nada. Salíamos al empalme que era a tres kilómetros y veíamos porque como que venía un vehículo, nos decía la gente, y salíamos al empalme apuradas y resulta que no pasaba nada, era solo un remolino así que a veces adentro de nuevo.
         No…No había nada en ese lugar. Ya después conocimos una maestra de Agua Chica que era frente a frente y bueno el padre iba a buscarla y ahí hemos tratado de comunicarnos para poder viajar hasta Abra Pampa y volver de nuevo, pero a veces la chica no iba. Me dice la Irene “entonces cuando vos quieras salir, haceme señas con los espejitos”. Desde nuestra escuela se veía el techo de la escuela de ella, de Miraflores, aunque parecía cerquita, estaba lejos. Nos espejeamos, decíamos, pero ella parece que a veces no veía ni el espejo, es que la gente del norte se sabía espejear, se mandaban el mensaje con el espejo que era una seña. Un día que la chica no fue, la Irene ni mira del espejo, y ya eran las cinco de la tarde y le digo a la Marta, bueno Marta vamos a la escuela de la Irene, llevemos esto nomás, unas cuantas cosas: hemos caminado las cinco, las seis, las siete y no llegábamos a la escuela de la Irene, cuando llegamos a la escuela de la Irene, la Irene ya se había ido en el último camión que pasaba por esa ruta.
          Resulta que llegamos allá y la escuela, cerrada. La Irene, ausente, pero gracias a Dios había dejado la puerta abierta de un comedor que estaba en construcción, así que la señora que vio que llegábamos ahí, Doña Fortunata Ramos, nos hospedó. Hemos hecho la cama de chapa y hemos puesto ahí una colcha que nos prestó. Nos hemos muerto de frío con la Marta porque te imaginás ahí la temperatura es ¿cuánto? 15 grados bajo cero, 10 grados bajo cero. No podíamos pegar un ojo, no había ni fuego, todo se había dejado con llave. Entonces al otro día más que volando, nos levantamos a tomar sol y resulta que no venía nadie que nos pudiera acercar porque el sábado no había vehículo que trajera comida. Así que rezando, lo que nosotras siempre hemos heredado de la mamá es que siempre estamos pidiendo al Señor que nos acompañe, que nos ayude, todo eso… Y justo llegó cerca de la escuela un vehículo, parece que la señora había pedido que vayan para retirar no sé qué, creo que las cosas de ella, así que ahí lo hablamos al señor y nos llevó hasta Abra Pampa, pero ya era el sábado. Casi a las dos de la tarde llegábamos y teníamos que volver el domingo. No disfrutábamos nada casi.

© Juan Páez
El domingo era otra historia para el lunes porque no arrancaba el vehículo. A veces había que empujar y claro, a veces exponernos un poco porque bueno había que ver a alguien que vaya por la 40 que era muy poco transitable, menos que la ruta que iba por Miraflores, que va a Casabindo. Una vez hablando dicen que los de Agua Potable iban por ese lado y bueno le digo Marta vamos a hablar a Agua Potable que si nos pueden llevar. “Bueno” nos dicen "nosotros podemos llevarlas pero hasta el primer cerro nomás." Y bueno sólo hasta el primer cerro. Llevábamos el agua, llevábamos los libros de la escuela porque era la primera vez que me hacía cargo de la Dirección, llevábamos la comida y la garrafita de tres kilos para hacer un té y todas esas cosas. Nos dejan ahí, en el primer cerro, y de ahí mirábamos nosotros la escuela. Le digo mirá Marta no te hagas problemas que allá está la escuela nuestra. Mirá se veía una cosita así, chiquitita, pero le digo ya es la escuela así que hagamos la cortada por acá. Hemos hecho la cortada y eran las diez, eran las once, eran las doce, eran la una, las dos, las tres, las cuatro… a las cinco hemos llegado. Caminando con una sed terrible, veo una casa y le digo bueno en aquella casa por lo menos nos van a convidar agua. No había nadie; en la otra casa tampoco. La gente se va cambiando de lugar de acuerdo al momento que debían pastorear a sus ovejas. Llegamos a la escuela ni la portera, ni los chicos, ni nada… así que… qué desolación.

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