viernes, 13 de diciembre de 2013

Movimiento.


Antes que nada quiero comentarles que hace unos meses que estoy instalado en Formosa y que adoro esta ciudad, que sin conocernos, me recibió con mucho verde y sol en pleno invierno.


El cuento que comparto a continuación lo leí el pasado 11 de diciembre en la Asociación Italiana, Formosa. 


Se levanta tarde. Hace un par de minutos que ya debería haber estado sentada frente al espejo peinándose, pero no, solo lleva unos segundos mirando de reojo el despertador y se da cuenta de su poca predisposición para abandonar la cama. Hasta que por fin se decide y despierta, arremolina su cabello con la mano derecha y cuando quiere tomar las trabitas, que estaban sobre la mesa de luz, se da cuenta de que su otra mano ya no está.
            Independizada del resto del cuerpo camina por la vereda, deambula por algunas calles que rodean al edificio donde, hasta ahora, vivió con ella. Levanta el pulgar para que así el taxi, al cual le hiciera señas, se detenga. Casi no lleva nada, solo un bolsito pequeño donde guarda, doblado por la mitad y nuevamente por la mitad, el guante izquierdo por si refresca. Nunca escribió con ella, ni las cartas de amor ni los mails a sus amigos, para eso siempre estuvo la otra, piensa mientras ve cómo los edificios desaparecen por el retrovisor del taxi. Como el bolso es pequeño, sabe que deberá buscar las monedas con el meñique, pero eso ahora no le preocupa.
El viaje es largo pero finalmente llega a la casa que habitó con ella de niña. Toca el portero, pide permiso al nuevo dueño; le dice que quisiera pasar para recorrer el cuarto en el cual creció y se vio ser otra. El dueño no tiene inconvenientes. Sube las escaleras: primero el dedo del medio luego el índice, luego del medio, y así hasta llegar a la planta alta. Al niño de la casa, que la observa subir, le causa algo de gracia ver cómo sube la escalera, por momentos, la ve sostenerse de la baranda con el pulgar, y es cuando el niño recuerda la voz de su madre:

Este encontró un huevito
Este lo levantó
Este lo fritó
Este le puso sal
Y el más pequeñito se lo comió.

Cuando llega al cuarto se pregunta por qué razón siempre le resultó tan poco práctica, por qué ella nunca intentó tejer con ella, siempre hizo todo con la mano derecha, y no solo tejer, sino todo lo otro: agarrar la cucharita con la cual comió sola su primer yogurt, escribió la primera palabra. No quiere preguntarse más, levanta la carterita y se despide, también agradece la gentileza.
         En otro lado de la ciudad, ella pega afiches con la foto de su mano izquierda. Recuerda aquella vez que la tomó cuando jugaba con la impresora. En la mesa de luz quedaron el anillo, las pulseras; también reposa allí el guante derecho que se cayó del placard. 


En el nAc - Formosa.
Sin darse cuenta caminó lo suficiente como para encontrarse cansada a la altura del puerto. Cuando levanta la vista, descubre que se ha perdido, que no recuerda bien esa parte del barrio. Entonces allí, justo en la vereda del frente, descubre la escuela donde Daniela aprendió música. Tambaleándose corre hacia el edificio, hasta que de pronto  escucha de fondo cómo resuenan las melodías de los instrumentos. Agitada y algo mareada, descubre, detrás de todo, el sonido de un piano. Ahora recuerda la textura lisa de las teclas, la rugosidad de las hojas ubicadas en algún atril y advierte, que de sus yemas, todavía se desliza ese movimiento en blanco y negro. 

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